Luego de intentar hacer que su colonia fuese más segura, Gerardo, de 61 años, perdió a tres hijos, a algunos de sus sobrinos y a su hermano en manos de maras y pandillas. Y al final, la violencia separó al resto de su familia y lo obligó a huir a Guatemala.
“Desde siempre hemos racionado la comida, porque ser refugiado es difícil. Pero ahora la racionamos más porque no tenemos los suficientes medios para comprar más y mejorar nuestra alimentación. Antes de la pandemia había conseguido un trabajito con la iglesia, pero ahora eso está en pausa y no estamos generando ingresos. Estoy muy preocupado. No sabemos cómo hacerle frente a esto”.