Camila huyó de Nicaragua junto con su marido y sus dos hijos. Llegaron a Panamá en 2018. La familia sobrevivía hasta ahora con lo que ganaban cada día; sin documentos no pueden acceder a un trabajo formal. Ahora, debido al confinamiento, no pueden conseguir ese mínimo ingreso para poder salir adelante.
“Estamos estresados y preocupados. Y eso se lo estamos transmitiendo a los niños. Al lavarnos las manos con ellos, lo hemos hecho una rutina y un juego. Cantamos Pimpón o alguna otra canción. Tenemos una alarma que es la hora de lavarse las manos. Como les encanta mojarse, están felices”.